Otra vez helado. Y si… estos días de calor me pusieron en estado «verano», guardé las botas, saqué el acolchado de la cama y arranqué a preparar helados. Espero que esto no sea solo una ilusión y termine revolviendo el placard, en mitad de la noche, buscando más frazadas.
El helado de frutillas lo asocio con la infancia, creo que hasta avanzada la adolescencia no probé otro gusto diferente al de frutilla y limón. Me encantaba ir a la heladería, hacer la cola y esperar nuestro turno mientras observaba a los que ya tenían el suyo y se concentraban para que no se cayera nada del cucurucho mientras se iba derritiendo. No se podía desperdiciar nada, así que a puro lengüetazo había que dominarlo. Como eran caros, no era una salida muy habitual; pero siempre estaba la posibilidad de que mi tía, que vivía frente a mi casa, volviera de trabajar con ganas de tomarse un helado, pero no de ir hasta la heladería. Y en ese momento aparecía en escena yo, siempre dispuesta a hacerle ese mandado. La propina era, por supuesto, un helado de frutilla y limón que lo disfrutaba sentada en el escalón del zaguán.
Después pasé por la etapa de combinar la menta y el limón, que también me duro unos años. Ahora, que ya tengo mucha juventud acumulada, como le gusta decir a una amiga, sigo siendo fanática de los helados, y además me gustan todos, o casi todos… el de mascarpone queda excluido de mi lista. Yo no se si estará científicamente comprobado que ese tipo de preferencias se trasmiten genéticamente, pero estoy segura que en mi familia se ha trasmitido de generación en generación y somos todos grandes comilones de helados.
Me gusta hacerlos en casa, porque puedo inventar mezclas, y agregarles diferentes salsas. Hoy te invito a hacer el de frutilla, con el que seguramente le vas a alegrar el día a los infantes de tu casa. En la mía ya están todos crecidos, pero sigo haciendo helado de frutillas mientras espero que empiecen a llegar las nuevas generaciones.
Sigue leyendo →